Llegamos al Parque Lezama y entre pedaleada y pedaleada dimos un par devueltas, los desniveles, la barranca, pensar en rodar por aquella pequeña montaña de pasto en medio de la cuidad, subirse a lo más alto para ver por donde podríamos seguir o simplemente a contemplar las distintas perspectivas de las construcciones resultó atractivo y estimulante. Ya a punto de seguir camino vimos reposado, el mascaron de una proa de un barco, en un rincón de la plaza. Nos llamó la atención, que haría allí aquella construcción. Claramente estábamos en una ciudad que había estado bajo el agua algún tiempo atrás. ¿Por qué no? Podríamos imaginar eso si quisiéramos y la tarde se volvería llena de aventuras, sin dudas.
Este encuentro nos llevó a seguir hacia el este, al río, al puerto y entre cruces, vías y autopistas, llegamos al primer tope con el agua, en un cruce peatonal, que une a San Telmo con puerto madero. La vista de aquel horizonte donde cielo y agua se encuentran era acotada. Queríamos más. Continuamos cruzando hasta que nos llamó la atención una flor, muy bella por cierto. Contemplamos aquella planta por un momento. De repente y como si lo hubiéramos pedido, un hombre interrumpe nuestro silencio y nos cuenta que, en su interior contiene una fibra parecida al algodón y que su engrosamiento en la parte central le sirve para almacenar agua, pudiendo así resistir meses de sequía de ser necesario, entre otras cosas. Lo escuchamos con atención y continuamos el camino. Entre pedaleada y pedaleada, aquellos datos e imágenes me quedaron resonando, no estoy segura si fue la cantidad de tiempo que las raíces llevaban en la tierra de aquel lugar, su agua almacenada, el color de su flor, la charla espontanea o el estímulo que me genera el andar, el encuentro con el otro y con el diverso entorno que se puede encontrar en Buenos Aires.
Seguimos hacia el norte, golondrinas cantando y paseando de un lado al otro, el contraste entre las torres a nuestra izquierda, mostrándonos densidad material, pero no humana. Un escenario vacío de encuentros que por sus capacidades geográficas debería estar lleno de movimiento, de miradas al río. Habíamos llegado. Ahora sí, todo nuestro encuadre lo veía, ya sin interrupciones. Cruzamos y continuamos bordeándolo, recuerdo escuchar una melodía distinta cada unos 15 segundos que era la distancia en tiempo, que nos llevaba pasar enfrente de un carrito de comida y otro. Cada uno estaba en su mundo, pero este nos estaba modificando a nosotras también. Siempre me divierte pensar en cuanto puede modificar a un otro, la situación inversa. Desde un puesto, ver 3 bicis pasar. ¿Y si fuéramos más? ¿Y si lleváramos luces, sombras, colores? Pienso que sería agradable ver aquella escena.
Visualizamos a lo lejos una torre con un reloj, la alcanzamos y de pronto la ansiedad, los ruidos, las bocinas, el caos, la gente con paso apresurado, el tráfico, hicieron que nuestro panorama cambiara por completo, contrastando con aquella anterior tranquilidad. Queríamos correr también, irnos como aquella gente, a otro lugar. Doblamos en la av. libertador, un poco menos de ruido, pero sintiendo la velocidad de los autos, el acelere, la intensidad de las luces en aquel atardecer. Tomamos la bicisenda y pasamos por la ex torre de agua que abastecía al complejo ferroviario de Retiro, hoy en desuso por el cambio de tecnologías.
Ahora ya no utilizamos el agua como recurso, sino que dejamos que se encuentre en los árboles, como en aquel palo borracho que vimos o en el río que hacía unos momentos nos habíamos “topado”. Esto claramente explica aquel mascaron de proa en la plaza. El Agua ya liberada del uso humano, no necesitaba concientizar al hombre de sus prácticas con inundaciones en las ciudades, por lo que volvió a su lugar, el mar. Un momento, Caro! Ese es el final de otro cuento. Acá, se usa la tecnología diésel para los ferrocarriles, se construyen barrios cerrados sobre los humedales y se desaprovecha el agua.
La oscuridad de la noche ya se había hecho presente y, al dar la vuelta para regresar, desde otra bici en movimiento, un último bello encuentro. Me acerco, un breve intercambio de palabras, un abrazo y al verlo alejarse pedaleando… esa sonrisa que no puedo ocultar. La esperanza que me genera ver una persona, en bicicleta, moviéndose libremente por la ciudad.