Rafael Alberti, 1950, Madrid, España
1 A los cincuenta años, hoy, tengo una bicicleta. Muchos tienen un yate y muchos más un automóvil y hay muchos que también tienen ya un avión. Pero yo, a mis cincuenta años justos, tengo sólo una bicicleta. He escrito y publicado innumerables versos. Casi todos hablan del mar y también de los bosques, los ángeles y las llanuras. He cantado las guerras justificadas, la paz y las revoluciones. Ahora soy nada más que un desterrado. Y a miles de kilómetros de mi hermoso país, con una pipa curva entre los labios, un cuadernillo de hojas blancas y un lápiz corro en mi bicicleta por los bosques urbanos, por los caminos ruidosos y calles asfaltadas y me detengo siempre junto a un río, a ver cómo se acuesta la tarde y con la noche se le pierden al agua las primeras estrellas. 2 Es morada mi bicicleta y alegre y plateada como cualquiera otra. Mas cuando gira el sol en sus ruedas veloces, de cada uno de sus radios llueven chispas y entonces es como un antílope, como un macho cabrío, largo de llamas blancas, o un novillo de fuego que embistiera los azules del día. 3 ¿Qué nombre le pondría hoy, en esta mañana, después que me ha traído, que me ha dejado sin decírmelo apenas al pie de estas orillas de bambúes y sauces y la miro dormida, abrazada de yerbas dulcemente, sobre un tronco caído? Carlanco de los bosques. Estrella voladora de las hadas. Telaraña encendida de los silfos. Rosa doble del viento. Margarita bicorne de los prados. Cabra feliz de las pendientes. Eral de las cañadas. Niña escapada de la aurora. Luna perdida. Gabriel arcángel. La llamaré con este frágil nombre. Porque son sus dos alas blancas las que me llevan, Anunciándome el aire de todos los caminos. 4 Yo sé que tiene alas. Que por las noches sueña en alta voz la brisa de plata de sus ruedas. Yo sé que tiene alas. Que canta cuando vuela dormida, abriendo al sueño una celeste senda. Yo sé que tiene alas. Que volando me lleva por prados que no acaban y mares que no empiezan. Yo sé que tiene alas. Que el día que ella quiera, los cielos de la ida ya nunca tendrán vuelta.