Estoy en La moderna de Tigre en un solitario acto de rebeldía a mi condición de turista. Mi compañera y mi hijo Manuel hacen todo lo que pueden, en tiempo record, con el PASAPORTE PROMO 2x1 en el Parque de la Costa.
A mí ni la plata ni mis principios me lo permiten, vine a derivar a Buenos Aires y eso es lo que voy a hacer. Yo sé que, por momentos, si me ven de lejos, puedo llegar a parecer un turista, pero si agudizan más la vista podrán comprobar que es un error, a veces soy un turista de mi propia idea, un extranjero en la vereda de su casa o en la calle dónde nació. Barba hablaba de encontrarse con esa parte de uno que vive en el exilio. De todas maneras cabe destacar el derecho a contradecirse, ser un turista no tiene nada de malo en sí y para los que vienen del lugar de donde vengo es una condición altamente transitoria.
Es la tercera vez que vengo a Tigre, la primera vine con SIlvi en el 2015 y conocí la casa de muñecas sarmientina en el delta, el viaje no dio para mucho más, imaginaba a mis hijos en la vuelta al mundo o navegando y a veces a mi mismo como testigo de su alegría. La segunda vez, fue el verano pasado, 2016, vine con siete alumnos de viaje-de-estudios/egresados, ellos fueron al parque acuático, es comprensible a su edad y con el calor de diciembre, yo sin embargo opté por encontrar la que alguna vez fue la casa de Haroldo Conti. La gente me miraba extraño, existía ese lugar, Sale en el mapa decía yo, Es un museo, Si, puede ser, porque iba a querer ir a ese lugar y además a esa hora y con ese calor,
La interisleña no pasa por ahí, los marineros se preguntaban perplejos dónde era conveniente dejarme, cuando lo hicieron tuve que atravesar patios, asados, diversión, Recreos para poder llegar. El lugar era custodiado por una señora cuyo nombre no recuerdo, me suena Susana, pero puedo equivocarme, ella decidió volcar toda su amabilidad para ir entrelazando su propia historia a la de Conti y su familia, los isleños, la charla duró más de dos horas, llegué a las dos de la tarde y me fui pasadas las cuatro, tomamos mate lo más caliente posible, fumamos, a pesar de los más de treinta grados y de la humedad, causante de tantas muertes. Las gatas peludas nos custodiaban desde las paredes, sobre mi cabeza pendían instrumentos de navegación y pesca que Haroldo seguro sabría describir mejor que yo. Varios cigarrillos después esperando a la Interisleña de vuelta comprendí que esa señora estaba ahí para explicarme el estilo de Conti, su cadencia, su cosmogonía, su ritmo que el ritmo del Delta, aquella vez mi parque de diversiones fue una clase de literatura y mi maestra una señora que en su amabilidad no sabía lo que me estaba enseñando.
Esta es mi tercera vez y no fue la vencida, mi parque de diversiones son estas palabras, estos recuerdos, y Fantomas contra los vampiros imperialistas y otros textos políticos de Julio Cortázar, que leo de vez en cuando. Cada uno se divierte como quiere y como puede.
Este lugar, el lugar desde donde escribo, o escribía en realidad, huele a café, me dan dos galletitas que devoro, pero lo más curioso de todo es que está sobre la avenida Cazon. Fabian, Rama, Martin, Caro y Flor derivaron desde cheLA a Cazon, algún lugar de Provincia de Buenos Aires, poco antes de mi llegada a Particios. Derivaron para llegar ahí, como yo para derivar hasta este café.
Mi compañera y mi hijo deben estar divirtiéndose, yo también me divierto con mi accidental condición de residente porteño, con mi precaria orientación en subtes y zonas aledañas, con mis conocimientos de grumete –al lado mío judiciales y ex judiciales hablan de cosas serias, viajes y turismo- a bordo de la inabarcable Reina del Plata, con el sello de Parque Patricios en mi pasaporte.
Me gusta que mi hijo más chico conozca Buenos Aires de mi mano, aunque ahora debe estar de la mano de su madre, Lo nuestro era trabajar, Nosotros pasamos la dictadura, me gusta que confíen y desconfíen de mis coordenadas, que Manuel se asome a la negra ventana del subte para ver si descubre los hilos de ese gusano mecánico, No saben lo que son las causas que tiene, que se mueve por debajo de la tierra, capaz de llevarnos lejos de Parque Patricios en un abrir y cerrar y ojos y por apenas una caricia pasajera de la Sube.
A veces no sé qué hacer con mi paternidad, una condición constante, en la cercanía y en la lejanía, no como la condición de turista, no sé si está bien soltar o sería mejor agarrar, seguro me equivoco y me equivocaré varias veces como padre, pero ahora Manuel está el Parque de la Costa disfrutando del Parque y de su madre, mientras que Vladimir, mi hijo más grande, está en casa de mi madre disfrutando también de ella, a punto de ver una película. Todos tenemos nuestro pedazo de posmodernidad a la mano, nuestro parque de diversiones, aunque yo prefiera sentarme en la moderna, tarareando La internacional, por los tiempos pasados, pero también por los futuros. Ellos, a su modo, también tienen algo de su corazón en la modernidad.
Voy a extrañar tener una excusa para salir de cheLA, mostrar la ciudad a los recién llegados, aunque de seguro, ¿En Aerolineas?, nunca se vayan del todo, Cuando lleguen a Londres tiene que tomar un tren, serán algo más que una voz o un conjunto de letras en el teléfono o en alguna otra pantalla; seguro también habrá otros motivos que me muevan a salir.
Escribo sobre la agenda y los días van pasando debajo de las palabras y yo tengo la impresión que los días en Buenos Aires irán pasando a veces de apuñados, a veces goteando. El 4 de julio del 68 murió Lennon, lo dijeron en un documental que vi en Discovery o creo que escuché mal.