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Derivar

Recuerdo así a lo lejos, de pequeña, la vez que me perdí con mi prima. Caminábamos por el barrio, hasta que ya no recordábamos como volver, tampoco importaba, con cierta picardía y ansias de aventuras, queríamos ver más allá de la cuadra y los caminos que solíamos hacer al almacén o la librería. No teníamos que llegar a ningún lado, simplemente observar el entorno que nos rodeaba o quizá si, en el fondo buscábamos encontrar algo, no lo sé, pero lo que en mi memoria aparece es esa sensación de exploración, de vivir el ahora, esa parte de vida que se nos va tratando de repensar y poniéndole una explicación o utilidad a todo. Me propongo recorrer las calles así, a la deriva, llenándome de las expresiones de lo que pueda recoger en el camino, tratándose de situaciones tan efímeras como diversas entre ellas, llenas de sensaciones etéreas, así sin más. Así como cuando me quedaba despierta solo para ver el alba, música de fondo y contemplar. ¡Serendipia!
Ayer rememorando las charlas con un profesor que solía contarnos sobre la arquitectura tradicional del extremo oriente, recuerdo visualizar en mi mente los tabiques de papel montado sobre bastidores, construidos sobre una cuadricula, formando marcos livianos en torno a los habitantes y sus escasas posiciones, las vistas a la naturaleza, aquellas construcciones que parecen muebles delicadamente construidos sobre el suelo, allí todo está en movimiento, la tierra, los ríos y las costas. Esto me hace pensar en la multiplicidad inútil de nuestras necesidades cotidianas y una palabra en especial de la cultura japonesa, datsuzoku, que describe la sensación de sorpresa cuando uno se da cuenta que puede ser libre de lo convencional y escapar de la rutina.