Adriano del Valle, 1923, Barcelona, España
–Cuidado, Doña Perfecta, –dijo a la rosa el biciclo–. ¿Por qué me sales al paso? Si no te apartas, te piso… –Pasa ya, tonto de acero; no tienes miedo al ridículo. –El jaramago te adora. –¡Mentiroso! –Yo lo he visto. –Yo nací con la manzana; vi a Eva en el Paraíso y habrá rosas de mi estirpe en el Día del Juicio. –No sigas, rosa perfecta, de eso a mí me da lo mismo; tienes una vida efímera. –Todo en la vida es efímero… –Metafísica estás… –¿Qué oigo? –Que eres medio tonta, digo; más tonta que un miriñaque. –Eres idiota, biciclo; quiero decirte tres cosas: ¡cínico, cínico y cínico! –Con los madrigales cursis te embriagas, es tu oficio… –Y el tuyo llevar al parque los tontos en equilibrio. –Tú no sabes geometría. El relojero es mi amigo; tienen ruedas sus relojes que aprenden de mis prodigios. Euclides hizo posible que yo esté hablando contigo. –Déjate de garambainas y demás textos científicos; cien poetas me cantaron antes de nacer Virgilio. –Vi libros de un ingeniero; mi esquema viene en sus libros… –Soy ex libris de las flores. –Yo el colofón de lo antiguo: los hombres quieren volar e inventan el velocípedo. La perfección de las ruedas madura en mí su principio. –¿Las ruedas eran cuadradas? ¿Rodaban a pie cojito? –Mírame, frágil, aéreo, tengo radios, no pistilos; corto rosas de aire al viento, corro como un cervatillo, biselado por la brisa, virtuoso y agilísimo; tengo esbeltez de jirafa que aparece en espejismo. ¿Y tú, rosa…? –Presumido, como no tengo tu labia, ni tu jarabe de pico, verás qué dice un poeta que me canta en este libro… Y la rosa reflejaba en níquel de velocípedo, perfecta, pura, geométrica, la Anunciación de un prodigio que iba a emparentar compases rosas, lápices y lirios. Se cuenta que se casaron, que tuvieron muchos hijos… Automóviles perfectos, hidroplanos de aluminio, son los nietos de una rosa, los nietos de un velocípedo.