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La bicicleta.

Sergio Cordero, 1985/86, Mexico

a Minerva Villarreal

La bicicleta
lanza su sombra al pavimento
–interminable cinta–
como sólo ella sabe.
La sombra crece, se estira allá, muy lejos,
y alcanza la otra orilla;
luego viene y me cuenta
o, si no,
desaparece, se pierde en un suspiro
y otra surge despacio
para cubrir la ausencia
de la sombra que somos mi bicicleta y yo.

Continúo pedaleando, ruedo vertiginoso,
me trago el pavimento de esta noche;
luego miro el reloj: la una y quince.
Me hundo lentamente por el paso a desnivel,
desaparezco apenas,
pero vuelvo a surgir del lado opuesto
como si así espantara a una parvada de pájaros chillones
y el mar, atrás, me fuera persiguiendo.
 Finalmente, cansado, adolorido,
me detengo a las puertas de la casa
dejo la bicicleta en la cochera;
reclino sus manubrios pensativos
–el niquelado brillo de su acero–
y mi propio cansancio de cara a la pared.