Cargando...
 

Bicicleta, pérdida y reencuentro

A la mañana me levanto temprano para ver Mi hijo sólo camina más lento, el teatro no queda tan lejos de cheLA. Entes de la función el protagonista me convida un mate y la actriz que hace de su madre nos convida una especie de galletitas a todos los espectadores. La bici y su dinosaurio de vanguardia descansan en el estacionamiento. La obra transcurre entre el relato, la narración, los diálogos, acciones que se dicen, se comentan, corporalidades que juegan en espacio y se desplazan y la emocionalidad que también desplaza. Llanto y movimiento. Risas, un contacto sexual medio narrado medio desnudo. La juventud de los jóvenes y la juventud del actor y la actriz no tan jóvenes. La obra habla del movimiento, de vínculos que con el tiempo se vacían de sentido, de la memoria y el olvido, de las verdades ocultas y la mentira, de un parque que están remodelando, de qué regalarle a alguien en sillas de ruedas, la obra habla de una familia tipo y es una tristeza que así sea, no por el hecho artístico sino por lo que hemos hecho con los vínculos, con el amor, con el pensar al otro, con el deseo.
Al final de la obra, a la una del mediodía, tengo ganas de agradecer a actores y actrices, al director, al dramaturgo, al traductor, pero yo también me comporto convencionalmente como cualquier otro espectador y me voy. En ese mismo teatro dan una obra de Lagarce, el teatro se llama Apacheta Sala Estudio, y esa misma tarde voy a construir apachetas, que hace un mes no sabía lo que eran. Un (otro) regalo del azar.
El cigarrillo no alcanza a consumirse del todo, lo dejo apoyado en el vértice de un rombo de la reja y entro a buscar la bici. Pongo los cuatro números de la combinación, pago en ventanilla, y parto.
En el camino (y antes también y antes de eso también) pienso en que tengo muchas ganas de abrazar al Silvi, no sólo por la imagen final de la obra, sino para jurarle que nunca nos convertiremos en una familia tradicional, en una pareja tradicional, unida por la costumbre y la conveniencia. Ella está lejos, aun así, le dejo un audio abrazo, que nunca podrá igualar al verdadero.
He tomado decisiones malas en mi vida, pero una de peores de ellas fue almorzar en el abasto, si el shopping, para poder (p)robar una receta, en 45 minutos tengo que estar en el Centro Cultural Recoleta, Tiempo de sobra, pienso mientras entro al estacionamiento, parking, luego de preguntar encuentro la jaula de las bicis, pienso en una analogía con pájaros en cautiverio mientras atravieso la luz azul de la entrada que me conduce al shopping, miro de nuevo esa entrada, memorizo algunos detalles para volver a encontrarla, cosa que no sucederá pero estoy convencido que sí.
Quince minutos después ya tengo mi pedido y estoy frente a una pareja, hombre y mujer, de unos cincuenta años que han comprado celulares iguales con alguna oferta de dos por uno, ella se muere por sacar el plástico de la pantalla, él accede, parecen felices. Diez minutos me lleva en promedio devorar mi orden, puedo llegar al Recoleta antes de las catorce, puedo seguir ostentando el mote irónico, de ejemplo, que me puso Fabian Mientras bajo las dos escaleras mecánicas recuerdo cuando vine con Manuel y espero venir dentro de poco con Vladimir. Sí, llevo a mis hijos a shoppings, pero sólo porque vivo en una ciudad sin ellos, por suerte, y no quiero hacer prohibiciones absurdas. Ojalá puedan ver un mundo sin shoppings. Qué lindo, que lindo, que lindo que va a ser el hospital de niños en el Sheraton hotel, se cantó alguna vez en este país.
Coincido con Heráclito con lo de bañarse y el río, pero hacer el mismo camino de vuelta y no encontrar la misma entrada me parece demasiado, todos los negocios parecen los mismos, todos los lugares parecen lugares por donde ya pasé, debería haber armado una apacheta que indicara el camino de vuelta a la entrada con luces azules, me resigno y entro por otra puerta al estacionamiento y después de bajar, recorrer y volver a bajar vuelvo a subir por la mima entrada, esto se repite dos veces o dos veces y media, no encuentro a nadie a quién preguntar, los minutos pasan, cada vez queda menos tiempo para llegar a Recoleta, decido preguntar adentro por la otra entrada, alguien me dice que me dé la vuelta, me doy la vuelta, entro, la ausencia de luces azules en el techo me suena a mal presagio pero la jaula está más cerca de lo que pensaba, yo, arriba de la bici, al fin, salgo a la calle después de hacer caso a las recomendaciones que me llevarán a la superficie y a todos los carteles que indican Salida por Agüero, pienso que si sigo el sentido de la calle me acerco al Norte pero llego a Av. Corrientes, hago una cuadra por la vereda, pienso en el tiempo perdido, bajo en Anchorena y pedaleo a toda velocidad, ya son casi las dos.
Anchorena concluye al fin, como la canción de Vox Dei, sigo por Pueyrredón imitando el recorrido del subte, pienso que el semáforo decidirá si sigo o doblo en Las Heras, semáforo en rojo, doblo y después un desacierto me hace doblar de nuevo, para encontrar una calle en sentido contrario al que me dirijo y la pared, el límite de a ciudad de muertos y la otra, ya son pasadas las dos de la dos de la tarde, dos y cuarto calculo, voy por lado y otro de la vereda, es de suponer que un sábado haya feria, esquivo a cuanta persona y puesto de pan relleno se cruza en mi camino y llego junto a los otros.
−Apareciste –dice Fabian
−Si −alcanzo a decir, casi no tengo aliento.
Tiempo después Erika me pregunta él porqué de la demora y contesto
−Perdí la bici.