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El cielo y otros kioscos (una casi deriva)

Salió el sol, no el de York, el de Buenos Aires, decido ir al centro: mis objetivos son un cajero automático y encontrar un piloto o algo similar, decido sumar a este tan insípido viaje ver la ciudad desde arriba en la cúpula del Palacio Barolo y Aldana decide sumarse a mi aventura.
El itinerario es claro: Congreso, un par de calles más, Avenida de Mayo, Palacio y después, un banco, la incertidumbre del piloto puede postergarse hasta un viaje a Flores. (Espero que los vecinos de Flores que han leído Refutación de Notas a la deriva de una deriva que todavía no fue no hayan pensado que los trato de seres exentos de poesía, quise decir que como cada barrio porteño, de esos que dicen eran cien pero no llegan a setenta, necesita su poeta, en el resto del país los barrios se/nos conforman/mos con no pasar hambre)
Entramos al Palacio con la fascinación de cualquier turista, sacamos las correspondientes fotos, preguntamos la guía cómo se hace para jugar al turista y nos señala un quiosco en el extremos opuesto de la entrada, vamos hacia él, yo esgrimo un billete de cincuenta pesos, con su Sarmiento de rostro recio y todo, debería decir que fue uno de Malvinas pero estaría mintiendo, y la dueña del kiosco nos informa de una cifra cercana a los trescientos pesos cada uno, y yo que pensaba pensar comprar cuatro con mi Sarmiento, el billete se retrae, rehúye, se esconde en la mano como un caracol en su casa, como diciendo, no, no pensaba pensar la entrada con este billetito insignificante, pregunto por los demás horarios, se da una chala inútil porque los tres, la quiosquera, Aldana y yo, sabemos que no vamos a volver, que nos parece más imprescindible comer que entrar al cielo y que a mi me parece que lo único que se puede hacer con un palacio es expropiarlo. Nos demoramos un poco jugando a los turistas pero los otros, los verdaderos turistas, que correctamente han pagado su entrada reciben la explicación de la guía y gracias a las democráticas ondas de sonido nosotros también, nos enteramos que estamos en el infierno, que hay dragones y otras bestias por todos lados, que los arcos son los círculos del infierno y los rosetones del suelo el fuego abrazador que nos consume, palabras más, palabras menos, fotos más, fotos menos, los verdaderos turistas, que correctamente han pagado su entrada, comienzan su ascensión al purgatorio, nosotros nos vamos, nos quedamos con el infierno, que es gratis y Aldana agrega y argentino, por la bandera que cuelga.
BAROLO
Salimos de ahí y empezamos a derivar, una librería, nos lleva a pensar en las librerías, mientras yo pienso en la edad media y en la compra de indulgencias plenarias para llegar al cielo, porque bajo la opinión de algunos el ojo de la aguja por el que el camello tiene que pasar se puede agrandar con plata, ese fue un kiosco que armaron varios cientos de años después de la muerte de Cristo, como el kiosco del Palacio Barolo, ni Barolo ni Cristo pudieron poner el grito en el cielo, tendrían que haber pagado su entrada en el kiosco.
Hace unos días leí la noticia que un cura en Malargüe exhortó al pueblo a levantarse en armas contra la educación sexual, me duele un poco ser mendocino cuando pasan estas cosas, ´por suerte varios coterráneos también piensan que no les interesa un cielo sin educación sexual para decidir.
Gastamos lo que hubiera salido nuestra respectiva entrada al cielo en libros en la calle Corrientes, en librerías y kioscos. Elecciones. Después de caminar derivamos en una pizzería de Callao y Corrientes, pedimos dos cortes y dos chops que salían la mitad de lo que saldría una entrada al cielo, nos sentamos en una mesa cerca de la vidriera, con sillones de cuero rojo, debajo de algún ploteo que celebra la independencia, apenas nos acomodamos el mozo nos dice que nos tememos que ir de ese lugar tan cómodo y conveniente, palabra de odia Fabián, y comer parados en la barra porque así es la vida, porque nosotros pedimos dos cortes de pizza y no un lomo a la Strogonoff o a la Wellington, nos paramos y tomamos nuestro lugar en la barra y descubro el nombre del lugar, Squzi, disculpas, lo siento, y entendí todo, los italianos piensan las cosas, palacios o pizzas y los argentinos armamos el kiosco, squzi, estamos en una ciudad que nos pide disculpas por no poder comprar un lugar en el cielo, lo que ellos no saben es que las disculpas son nuestras, el infierno está encantador.
PIZZERIA

Ver: Sobre el ser, la consciencia, los vecinos de Flores y yo